¿Qué es plagio? Para este virus no existe PCR. Pero tampoco es necesario. Con independencia de que un juez sentencie si lo hay o no lo hay (porque el plagio es un delito),  el sentido común permite al común de los mortales (hay mortales no comunes) hacerse una idea muy precisa de la legitimidad o ilegitimidad de ciertas coincidencias entre dos textos.

Hace poco días, desde eldiario.es se me consultaba sobre la cuestión en relación con el texto de Patria, de Aramburu (25 de noviembre 2020). Sólo unos pocos días  más tarde, el ABC Cultural  (28 de noviembre de 2020) trae la noticia de cómo la twittera acusa a Lucía Echevarría de plagio “por «fusilar» varios textos para su último libro”.

Del caso  “Lucía Echevarría” sólo conozco lo que refiere ABC y, por lo tanto, no tengo opinión. Es necesario un concienzudo estudio para determinar si existen o no indicios y argumentos suficientes para llevar el caso ante un juez, que, repito, es la autoridad competente –con la Ley de la Propiedad Intelectual como norma– para sentenciar si existe o no plagio en el caso de caso de obras textualmente próximas. Sin embargo,  sí que me chocan algunas afirmaciones que he tenido ocasión de escuchar en relación con este caso: ¿de dónde alguien se ha sacado que no hay plagio si no existen “diez líneas seguidas” de copia literal?  Si existe en algún lugar esa norma, el que la inventó es un auténtico majadero, si no precisa qué extensión deben tener esas líneas, porque no es igual una línea en una octavilla que una línea en un pliego. Además, según la doctrina que comento, lo que sigue ¿sería un plagio o no?:

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino.

¡Chupito!

Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana.

¡Chupito!

Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer..

¡Chupito!