Los niveles de indignidad y putrefacción a los que nuestra sociedad ha llegado son verdadera y dramáticamente grotescos. Solo nos faltaba que candidatos al cargo de fiscal Anticorrupción se exhibieran como lo hicieron los abogados Angélica Palacios Zárate y Braulio Robles Zúñiga.

Con ello, no solo la cada vez más lejana y tenue luz de la esperanza en nuestras instituciones de nueva cuenta fue fulminantemente cegada en el ánimo de una ciudadanía cuyos niveles de escepticismo se incrementan día a día.

El vergonzoso espectáculo que han protagonizado de cara a la nación adquiere tintes de tragedia nacional, porque nos evidencia ante nosotros mismos y el mundo, como una sociedad irredimible.

El clamor unánime del pueblo mexicano (el auténtico) es contra la corrupción, y ahora resulta que para llegar a encabezar el combate contra ella los mismos aspirantes se valen de ésta. ¿Acaso carecemos de una pizca de pudor o de ética?

Me lo pregunto porque por lo visto el plagio intelectual es ya “parte” de nuestra cultura, si no ¿cómo explicarnos que quien fuera responsable de la cultura de nuestra Máxima Casa de Estudios haya estado envuelto en una controversia legal de propiedad intelectual, que quien fuera director del Conservatorio Nacional de Música (CNM) y antes del CENIDIM como Ricardo Miranda esté acusado por las descendientes del compositor José Rolón de despojo de su archivo musical, que el propio CNM y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, máximo organismo de la cultura en México, hayan plagiado mi obra intelectual, ya no digamos que el Presidente de la República haya presentado una tesis para ser licenciado en Derecho al 30 por ciento sin indicar las fuentes consultadas y transcribiendo párrafos de las obras y que todo suceda sin que nada cambie en el proceder ni en la conciencia sociales?

¿Por qué no aprendemos mínimamente de lo reprochable de estas conductas y de lo que esto ha lastimado y lastima a la sociedad? ¿Cuántos casos más se acumularán? Por lo pronto, en éste en particular, si algo no podemos soslayar es que somos causa de nuestro mal, y como reza el antiguo proverbio italiano: “quien es causa de su mal, llore consigo mismo”. No culpe a otros por ello, pero ¿acaso tendrán idea de lo que con su obrar los aspirantes a la Fiscalía han mancillado a la flamante institución y con ella al naciente Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) luego de que han puesto en la picota de la duda popular la autoridad moral del que resulte fiscal? Y nosotros ¿estamos conscientes de lo que esto significa?

Lo señalo porque si no somos capaces de repudiar y castigar un plagio intelectual, antes bien continuamos realizándolo aún en el ámbito que debería ser más impoluto de corrupción ¿cómo podremos esperar que haya justicia en otros casos, infinitamente más dolorosos y macabros como los que día a día carcomen, desangran y enlutan a nuestra nación?

Mientras sigamos despreciando a las instituciones y lo que éstas representan, observando impávidos cómo la insensibilidad y la agresividad nos dominan, al tiempo que se distorsionan y pierden esencia nuestros valores y compromiso sociales gracias al triunfo arrollador de la corrupción amparada por la impunidad, continuaremos abonando a nuestra debacle como Nación, porque si algo ha logrado el abominable binomio, cada vez más poderoso, que integran corrupción e impunidad, es la suplantación, conforme lo engulle y aniquila, de nuestro otrora Estado de Derecho. Que no nos sorprenda que México sea el país más corrupto y que el SNA jamás acabe con los criminales flagelos duartianos.

Fuente:  Zanolli Fabila, Betty. Diario el sol de México. 20 de marzo 2017.